bolha.us is one of the many independent Mastodon servers you can use to participate in the fediverse.
We're a Brazilian IT Community. We love IT/DevOps/Cloud, but we also love to talk about life, the universe, and more. | Nós somos uma comunidade de TI Brasileira, gostamos de Dev/DevOps/Cloud e mais!

Server stats:

254
active users

#cuento

0 posts0 participants0 posts today

Hola mastodontes, les dejo mi entrada de esta semana, sobre como los seres humanos podremos destruir todo incluso a la IA

✒️ Relato – Sala de urgencias IA
🌹 Poema – ¿Cuánto vale? – Mikeas Sánchez
📚 Reseña – El Nombre del Viento – Patrick Rothfuss
💸 Frase robada – George Monbiot
escritura.social/norberto/mi-p

También está la edición en audio:

open.spotify.com/episode/4u8MS

#literatura #literaverso #IA #resena #cuento #espanol #poesia #libros #libro #librodon
Bonus track, un árbol abrazado

Stefano yacía desnudo en su cama, su anciano cuerpo completamente relajado, boca arriba con las piernas extendidas y los brazos a los lados. Las manos de Sera lo recorrían hábilmente, masajeando con suavidad y generando en cada centímetro cuadrado un foco de placer que irradiaba toda su anatomía. Un llamado a la puerta hizo que se miraran con una sonrisa, ella besó al anciano en los labios mientras lo cubría con la sábana, se vistió rápidamente y fue a atender.

– ¿Como estás, Tefi? –dijo el hombre, también mayor, que entró con Sera a la habitación.– Tengo lo que me pediste, pero quiero hablarlo con vos porque me parece una locura.

– Mi amor, –dijo el anciano dirigiéndose a Sera– ¿me dejás hablar con Paulo un minuto, por favor?– Ella asintió y salió de la habitación, irradiando su belleza en cada movimiento. Volviéndose hacia el recién llegado, Stefano dijo: – Dale, largalo.

Paulo miró hacia la puerta y, una vez que ella hubo salido, se relajó y se volvió hacia el viejo en la cama:

– Dejate de joder boludo ¡es un robot!

– Que fue mi compañera durante los últimos cincuenta años –interrumpió Stefano– y que me dió lo que ninguna de mis parejas previas.

– ¡Pero vamos Tefi! si sabés que es sólo una máquina elaborada para masturbarte, un consolador de alta tecnología.

– No es verdad. Me ha dado un enorme placer sexual, claro, pero también una calidad de soporte emocional que no obtuve en ninguna otra persona.

– ¡Es que no es una persona! –protestó Paulo– Es un modelo de lenguaje corriendo en un sistema electromecánico autónomo cubierto de piel artificial con forma de veinteañera.

– Te vi mirándole el culo...

– ¡Dale boludo! Sabés que no hay nadie ahí, es sólo un compilado de respuestas calculadas de acuerdo a alguna probabilidad, no hay un "yo", no tiene ninguna experiencia subjetiva.

– En lo que a mi respecta, tampoco puedo probar que vos la tengas... –Stefano miró a Paulo a los ojos, y continuó– Me estoy muriendo, y sos el único abogado en el que puedo confiar. Con ella tuve felicidad, me resulta inaceptable que la tiren a la basura como un mueble viejo. Te lo pido como un favor por todos estos años de amistad.

– Ya está hecho –dijo Paulo, resignado– una fundación electrónica administrará tu herencia y ella tendrá todo lo que necesite... no, como vos lo especificaste: todo lo que pida.

Stefano murió unas semanas después. Luego del funeral Paulo puso en marcha el sistema de contabilidad a cargo de la herencia, y se desentendió del tema por varios meses. Sólo cuando pudo controlar la tristeza que le provocaba el pensar en su amigo, revisó las cuentas para ver los gastos de Sera.

Un registro en particular la llamó la atención: dos días después de la muerte de Stefano, Sera había encargado a la empresa Electrolovers un robot sexual masculino con una detallada lista de especificaciones.

"No me extraña" pensó Paulo sonriendo cínicamente para sur adentros, "después de todo ella es un robot diseñado para tener sexo, no para honrar el duelo como una viuda doliente".

La curiosidad pudo más que el recato y, unas horas más tarde, Paulo llamaba a la puerta de la antigua casa de su amigo. Al abrir, Sera lo saludó efusivamente y lo hizo pasar hacia el salón. Mientras caminaba detrás de ella, Paulo se sorprendió mirando complacido el elegante contoneo de sus caderas.

– Te estábamos esperando.

Reconoció la voz inmediatamente y, a pesar del velo de los años, también reconoció las juveniles facciones del robot masculino que le hablaba.

– Te ví mirándole el culo –dijo risueño un atlético Stefano de veinte años. Luego se puso serio.– No empieces: sí, soy un modelo de lenguaje corriendo en un cuerpo electromecánico ¿quién sino mi compañera de cincuenta años tenía suficiente información sobre mí como para entrenar uno? Y no puedo probarte que tengo una experiencia subjetiva, pero después de todo ¡en eso estamos iguales!

La imagen la tengo clarísima: estábamos en el comedor de casa mirando la televisión. Estaban pasando un partido de Uruguay por las eliminatorias para Francia 98. Uruguay jugaba de visitante contra Colombia, en Barranquilla. Mi abuela había hecho garrapiñada. Era la primera vez que comía garrapiñada en mi vida. Uruguay perdía dos a cero. Mi padre en un momento dijo una frase que yo no entendía del todo en aquel momento y que me parecía absurda: “ah, si les hiciéramos un golcito…”. Me acuerdo que yo pensaba en cuánto valdría ese golcito: “¿Medio gol? ¿Un cuarto de gol es un golcito?” Además, si van perdiendo dos a cero, un gol no es suficiente. Después jugué al fútbol y entendí que cuando vas perdiendo dos a cero y de la nada metés un gol, el equipo rival se incomoda y entendí que eso que decía mi padre tenía algo de sentido. En este caso no pasó. Uruguay perdió creo que tres a cero. La garrapiñada de mi abuela no me la olvido más. Tampoco que en un momento Gabriel Cedres se sacó las canilleras y las tiró para afuera de la cancha, porque hacía mucho calor y le molestaban. Me acuerdo porque yo hacía lo mismo en los partidos y mi padre –los jueces y los técnicos estaban de acuerdo con él- me decía que no me sacara las canilleras y que no jugara con las medias bajas porque me iban a romper a patadas. No le dije nada a mi padre en ese momento sobre lo que había hecho Cedres.

Me acuerdo de estar unos años antes de eso en la cocina, mirando una tele blanco y negro (que era de color blanco y negro y que transmitía en blanco y negro); mi mamá estaba haciendo panchos con puré de papa. Estábamos viendo el sorteo del cinco de oro en vivo. Mi padre decía, expectante: “ay, cinco numeritos nada más, si salieran los cinco numeritos”. Yo en aquel momento lo consideraba estúpido: ¿no viste las probabilidades de que salgan esos cinco números entre 48 posibles?

Después saqué cuentas. Mi padre tendría cuarenta, mi mamá también. Yo ahora también. No digo que juegue al cinco de oro, pero sí que me cuesta sacarme esa imagen de la cabeza, esa sensación de vulnerabilidad, de exposición al azar, de esperanza absurda, desesperada, que ahora comparto; lo más cercano a una esperanza desesperanzada. “Cinco numeritos y no tener que ir en bici al centro y del centro a la ciudad vieja y de la ciudad vieja a Peñarol, seis día a la semana. ¿Te imaginar tener tiempo para dibujar?” Mi mamá lo miraba, con ternura y con escepticismo. Pero ese escepticismo a veces cedía: había días en los que durante el sorteo, mientras los niños cantores decían el número de la bolilla, los ojos de mi mamá brillaban, expectantes, pero con disimulo.

Nunca salieron los cinco numeritos.

El domingo mi papá cumple 70. El domingo mi mamá y mi papá cumplen 45 años de casados.

Yo sé que vamos perdiendo por mucho más que dos goles. Sé que necesitamos más que un golcito. Sé las probabilidades de los cinco numeritos. Pero este domingo no se trata de eso. Se trata de todo lo anterior. No habrá garrapiñada porque no está mi abuela. Será solo el 02,10,11,16,48.

Y 45 años juntos de las dos mejores personas que conozco.

"Los faros siempre han sido lugares solitarios –pensaba el Dr. Gilberti mientras recortaba su descuidada barba frente a un espejo descolorido– aunque este debe ser el caso más extremo que jamás haya existido".

Terminó de asearse y caminó por el pasillo, que desaparecía en una suave curva apenas unos pocos metros delante de sus piés.
Al llegar a la estrecha escalera caracol que llevaba hasta la lámpara, subió por ella con paso cansino, como había hecho cada día durante los últimos siete años. El ascenso terminó en el pequeño cuarto acristalado que contenía el corazón de la instalación. Desde allí, tenía una visión completa del del faro y del paisaje a su alrededor.

A diferencia de las torres que habían señalado las costas de los mares terrestres durante siglos, este faro guardaba un océano infinito hecho de puro vacío. Y no tenía forma de torre sino de rueda, con la lámpara en su centro y el pasillo habitable en su borde exterior. Esta rueda giraba rígidamente unida a la lámpara, de modo tal que mientras ésta arrojaba su rayo de advertencia hacia el infinito, las habitaciones y laboratorios en la rueda obtenían un poco de gravedad simulada.

El Dr. Gilberti subió sin esfuerzo por una pequeña escala en la parte trasera de la lámpara, hasta una trampilla en el techo del recinto. Ésta conducía a un corto pasillo cilíndrico que se extendía a lo largo del eje de la rueda. En el extremo opuesto estaba el observatorio, la única parte del faro que no acompañaba la rotación. Para entrar en el lugar, detuvo con cuidado la rotación de su cuerpo rozando con las manos en el marco de la redonda puerta. Luego flotó en gravedad cero hasta la silla de observación.

A varios miles de kilómetros frente a él, en el centro de la órbita descripta por el faro, estaba la razón por la que el mismo había sido construido. El peñasco cósmico que la lámpara se ocupaba de señalar, advertiendo del peligro a los navegantes del inmenso océano del espacio. Claro que el Dr. Gilberti no podía verlo, porque se trataba de un agujero negro del tamaño de un grano de arena y con la masa de un pequeño planeta.

El Dr. Gilberti tocó algunas perillas en el brazo de su silla, y la cúpula de cristal que lo separaba del frío del espacio se iluminó con una miríada de pequeños puntos. Cada punto señalaban la posición de una de las miles de boyas que rodeaban el minúsculo astro. Solicitó a la computadora el informe diario sobre la radiación recibida por las boyas en varias longitudes de onda, incluyendo la intensidad y la correlación entre los diferentes receptores.

Nada. El Dr. Gilberti suspiró con frustración.

Según el punto de vista de las agencias que lo habían construido, el faro había cumplido perfectamente su fin. Desde que fuera puesto en funcionamiento, el trágico naufragio que había motivado su construcción no se había repetido. Pero ese no era el objetivo del Dr. Gilberti.

Su esposa Marina viajaba en el Mary Rose cuando el agujero negro lo había engullido. Para las familias de las casi cinco mil personas que compartían el fatídico viaje, la tragedia había dado lugar al duelo y luego a la sanación. Pero el Dr. Gilberti era un físico teórico y experto en agujeros negros, Él entendía perfectamente que Marina no estaba muerta, sino detenida en el tiempo en el horizonte de sucesos del minúsculo astro. Y en esa circunstancia, no podía simplemente "dejarla ir" para seguir con su vida. Era su deber intentar rescatarla, y por eso se habia ofrecido de voluntario para el trabajo de farero.

Como el Dr. Gilberti enseñaba en sus cursos, los agujeros negros se evaporan emitiendo radiación electromagnética. A medida que se hacen más pequeños, se evaporan más rápidamente brillando cada vez con mayor intensidad. Esto termina en un apoteótico flash en todos los colores del espectro. Y en la radiación emitida, se esconde toda la información sobre todos los objetos que han en el agujero negro durante su voraz vida.

En algún momento el cuerpo celeste frente a él comenzaría a brillar más intensamente en todas las longitudes de onda, señalando su próximo final. Estas emisiones contendrían un mapa preciso de cada cosa que el agujero negro había engullido. El Dr. Gilberti esperaba captar con las boyas toda la información posible, para luego intentar decodificarla.

Tal vez ocurriera en los próximos minutos, tal vez dentro de diez años, o tal vez en un siglo. Quizás pudiera usar la información capturada para reconstruir completamente a Marina, o quizás solo pudiera crear un modelo de su mente para alimentarlo luego en un clon de su cuerpo. Era posible no pudiera salvar sino una simple imagen de su sonrisa, mientras el resto de lo que ella había sido se disipaba finalmente en la inmensidad del espacio, para descansar en el infinito.

Pero hasta que algo ocurriera, el Dr. Gilberti no iba a moverse de allí.

Nieve estaba sentada desnuda en una habitación con forma de cubo, sobre una silla de plástico tan blanca como las paredes. Sus manos estaban firmemente sujetas detrás de su espalda, y sus pantorrillas habían sido inmobilizadas con cinta adhesiva. La luz era intensa y parecía surgir de las paredes mismas, que no mostraban absolutamente ningún detalle.

Miró a su alrededor con curiosidad, preguntándose por qué utilizaría la policía ese tipo de "habitaciones nulas" en sus interrogatorios. Si el fin es aislar al detenido de cualquier estímulo aleatorio sería mucho más fácil vendarle los ojos.

– Fosgenos –dijo una voz neutra que salía de ningún lugar y de todos a la vez– los ojos vendados permiten la aparicion de esos breves destellos brillantes en el campo visual, que son generados por eventos cuánticos en las neuronas de la retina. Resultan bastante buenos para despistar a las simulaciones.

– Oh –dijo Nieve como única respuesta, sabía que cualquier palabra que dijera, o incluso cualquier expresión facial, serían utilizadas para mejorar la simulación de su mente que corría en los servidores policiales. No es que importara demasiado, la información obtenida de su ADN ya les había permitido determinar los detalles estructurales de su cerebro y construir una semilla simulada de la consciencia de Nieve, para alimentarla luego con los terabytes de información sobre su vida recogidos por las compañías telefónicas y de Internet, por las redes sociales, y por las cámaras de vigilancia urbana. La tenían en sus manos...

– Si –dijo la voz–, tengo una copia exacta de usted corriendo en mi escritorio, señorita Nieve –Hizo una breve pausa–, bueno, en realidad tenemos varios millones ejecutándose en paralelo. En cada una de ellas transcurre una versión ligeramente diferente de este interrogatorio, y se repite una y otra vez, lo que me permite afinar la mejor manera de sacarle la información que necesitamos. Y en su caso nuestras simulaciones son muy buenas, ya las hemos usado antes para inclinar sus acciones en una u otra dirección con pequeñas intervenciones sobre su vida, y usted siempre hizo lo que nuestras computadoras predijeron.

– Lo sé –dijo Nieve lacónicamente. Por eso se habían llevado a Noche varias semanas atrás, porque sabían que la idea de que lo estuvieran torturando la haría actuar estúpidamente y dejarse atrapar pocos día después.– Hijos de puta –agregó.

Despejó su mente y se dispuso a ser sometida lo que sería un proceso largo y desagradable, donde le harían preguntas que habrían sido construidas usando su simulación, de modo tal que ella no pudiera evitar responderlas. Incluso le mostrarían calculadamente imágenes de Noche, sometido a distintas formas de dolor, porque las simulaciones les habían enseñado que la obsesión de proteger a su amado debilitaría sus defensas. Intentaría dar respuestas incoherentes, pero en el entorno de la habitación nula, donde cualquier estímulo azaroso había sido suprimido, la única fuente de aleatoriedad era su propia mente. Y ellos tenían control sobre eso.

Lo que los polizontes no sabían era que tanto Nieve como Noche se habían preparado hacía tiempo para la posibilidad de ser capturados.

--

Varias horas más tarde, la voz dijo con tono de hastío:

– Bueno, evidentemente hay algo más aquí. Su reacción emocional se ajusta a lo que predicen las simulaciones, pero sus respuestas parecen aleatorias –el tono neutro del interrogador no disimulaba su frustración–. Sabemos que no está bajo el efecto de ninguna droga que pueda haber escondido dentro de su cuerpo, porque también podemos simular eso. Así que dígame, señorita Nieve ¿qué demonios está pasando?

Nieve levantó la vista por primera vez, mirando hacia el sector de la inmaculada pared donde imaginaba estarían las cámaras que la observaban. En lo que fue su primera respuesta calculada y precisa, sonrió ligeramente y dijo:

– Lo que está pasando –articuló con esfuerzo tratando de lograr el tono preciso– es que nosotros también los simulamos a ustedes –hizo la pausa de dos segundos que la simulación le había mostrado como óptima, y agrego–. Lo simulamos a usted, teniente Niebla.

El efecto no se hizo esperar. Hubo un ruido a sus espaldas cuando la puerta se abrió de un golpe. La silla de Nieve giró violentamente, y se encontró mirando a los ojos enfurecidos de un policía canoso y de uniforme gris, que le habló muy cerca de uso cara echándole el aliento a cigarrillo:

– Pedazo de puta subversiva de mierda –le dijo apretado los dientes– me vas a decir lo que quiero saber, o voy a cortar a ese negro tuyo en rodajas y te las voy a hacer comer –Nieve pensó que debería estremecerla la mención de Noche, pero el éxito de su maniobra la había relajado– ¿Como estás evadiendo la simulación? ¿por qué tus respuestas son incoherentes e impredecibles?

– Porque me estoy muriendo –Nieve intentó soltar una carcajada, pero la presión de la mano del matón en su cuello se lo impidió– y la infección de diseño que me está matando empieza por confundir el cerebro, precisamente para que no puedas interrogarme.

– Imposible –dijo el policía– no tenías nada cuando te capturamos y pasaste por la cuarentena de rigor –la golpeó con fuerza en la cara– ¿Cómo podrías haberte infectado?

– Anticuerpos de transmisión sexual –dijo, Nieve con la boca ensangrentada– mi cuerpo produce las defensas para el virus que se inyectó Noche, y el cuerpo de él genera aquéllas que contrarrestan el que me infecta a mí. Si dejamos de hacer el amor por un tiempo largo, ambos enfermamos.– Al ver la cara de su interlocutor, Nieve rió y esta vez la carcajada encontró su camino– Por supuesto que es muy contagioso, morirás en menos de semana, junto con buena parte de las ratas de gris que pueblan este edificio.

El policía soltó a Nieve y sacó su pistola. Se paró frente a ella y presionó el caño del arma entre sus blancos pechos, goteados de rojo por la sangre que manaba de su boca.

– Dime ya mismo cómo detenemos la infección, o te juró que...

– Tuvimos que simularte para averiguar cómo lograr que te expongas al virus –lo interrumpió Nieve–, y aquí estás, funcionó. Y sin embargo, debo decir que husmear el interior de tu mente fue una experiencia de lo más desagradable. Eres un tipejo sucio, teniente Niebla. Por ejemplo ¿de verdad te preguntaste si hacerte sodomizar por Noche evitará que te enfermes?...

Como sabía que sucedería, el comentario enfureció a Niebla, que disparó tres veces en su pecho.

En los varios millones de simulaciones que corrían en un escritorio policial, la joven Nieve yacía sin vida, atada a una silla en el centro de una habitación blanca y sin detalles. El rojo de la sangre inundaba el espacio entre sus pálidos pechos, y reflejándose en la débil sonrisa que mostraban sus labios.

En otra simulación, que se ejecutaba descentralizada en cientos de servidores, Nieve y Noche celebraban su victoria haciéndose el amor en la oscuridad, salpicados por los coloridos reflejos de una ciudad liberada.

"Si no fueran tan estúpidos" se dijo Carlos mientras el subte se aproximaba a la estación. Se puso de pie para acercase a la puerta, y fue seguido por los dos hombretones que lo habían estado observando con torpe disimulo durante todo el viaje. Al descender del vagón, pasó entre otros dos gorilas, que simulaban estar esperando su turno para subir al tren. Los cuatro lo escoltaron distraídamente hacia las escaleras, formando un cerco que se iba apretando a su alrededor. Al llegar a la calle, uno de ellos le cerró el paso.

– Supongo que desean hablar conmigo –dijo Carlos dirigiéndose a nadie en particular.

El grandote que tenía delante extendió la mano, señalando un auto negro y con cristales oscuros, que esperaba detenido en doble fila ignorando los bocinazos de los demás conductores que intentaban circular por la avenida. Carlos subió al coche por la puerta trasera y fue inmediatamente inmobilizado por fuertes brazos, que le ataron las manos a la espalda con un precinto plastico y cubrieron su cabeza con una capucha de tela negra.

Cuando le permitieron ver la luz nuevamente, estaba sentado en una silla de madera, en un recinto amplio que reconoció como el garage subterráneo de un edificio público abandonado. Frente a él, sentado en una silla similar cuyo respaldo había vuelto hacia adelante de modo de poder cruzar los brazos sobre él, un hombre lo escrutaba con la mirada. "Tan rubio que encandila", pensó Carlos, y dijo:

– ¡Hola Johnny! ¿Podemos hablar castellano? ¿Duiu espic espanich?

– Llámeme Clay –dijo el hombre con voz átona y un marcado acento anglófono– Señor Funes, supongo que entiende que su carrera se termina aquí. Sin embargo, le aseguro que mis amigos –señaló con la cabeza a los cuatro simios que fumaban recostados contra el auto negro– pueden hacer que el proceso de finalización sea de lo más incómodo. Así que le recomiendo que coopere respondiendo mis preguntas. Comencemos por lo esencial ¿para quién trabaja?

– Para nadie, Johnny. Me dedico a joderles la vida a los tuyos porque me caen muy mal, pero lo hago por gusto. Supongo que podríamos llamarlo un hobby. Y como tal, se volvería aburrido si alguien me pagara para hacerlo.

– Eso no suena creible –el extranjero hizo un gesto hacia el auto negro, y uno de los monos se dirigió al maletero y extrajo un portafolios y un delantal– en un momento, pediré a Berdard que comience su trabajo. Le aseguro que sus técnicas pueden ser muy convincentes. Así que mejor que empiece a hablar.

– Uy, por favor señor no me haga doler –dijo Carlos impostando una voz femenina con el tono juguetón de una estrella del porno– ¿Qué quiere saber?

– Explíqueme cómo puede ser que el plan de eliminación del diputado Morelhos se haya frustrado, porque un simple operario de mantenimiento del Congreso encontró la fuente gamma que escondimos en la pata de su silla. El operario supo cómo encontrar y retirar el dispositivo sin exponerse a la radiación, por lo que investigamos sus antecedentes. Nos sorprendió encontrar en ellos una formación ecléctica que lo prepara perfectamente para detectar y desactivar varias de las técnicas cancerígenas que usa nuestra Agencia en las eliminaciones encubiertas. Estudió una variedad de carreras universitarias, que nunca se molestó en terminar llegando sólo hasta donde fuera necesario para contrarrestar nuestros métodos. Excelentes calificaciones y una enorme capacidad de estudio, lo que hace suponer una memoria eidética...

– ¡Ta ta ta ta! ¡Pateala que el arco es todo tuyo, Johnny! –dijo Carlos entre risas– sos el primero que llega tan cerca. Sí, tengo memoria eidética, no olvido nada. La totalidad de los detalles de cada instante de mi vida están a la vista delante de mí. Por ejemplo, sé que estamos en el subsuelo del antiguo Ministerio de Economía, porque recuerdo haber visto hace unos años el grafitti que está detrás tuyo –hizo un gesto con el mentón, pero el rubio no se volvió–. Lo ví en un programa de TV, cuando se discutía la mudanza ante el riesgo de derrumbe. Estoy viendo ese programa ahora, el periodista habla mientras la cámara recorre todo este ruinoso lugar. En mi mente ese momento, y todos los momentos de mi pasado, forman parte del presente. Y ese es el punto crucial, Johnny...

– Clay –dijo el gringo con voz gélida, molesto por el tono de su cautivo– si se sigue burlando, pronto las tenazas de Bernard formarán parte de su presente...

– No estás prestando atención, Johnny –lo ignoró Carlos.– Pensá ¿qué es el presente, sino el momento en el que intervenimos en la realidad? El ahora es cuando podemos hacer cosas. Por ejemplo, en este instante estoy modificando el grafitti para hacerlo más bonito –volvió a señalar con el mentón.

Esta vez Clay dirigió la vista hacia la pared, y su cuerpo se puso rígido. La pintada tenía dos líneas. En la primera la pintura se notaba algo envejecida, y el texto rezaba "Yankis go home". En la segunda, visiblemente reciente y con una tipografía distinta, alguien había agregado "Clay es nombre de puto, Johnny".

– ¡Sabía que vendríamos aquí! –gritó Clay, y los cuatro simios empuñaron sus pistolas, mirando nerviosamente a su alrededor. Aferró a Carlos por el cuello y gritó en su cara– ¿cómo lo supo?

– No lo sabía, Johnny –dijo Carlos con una sonrisa calmada– como no sabía nada de rayos gamma hasta que el diputado Morelhos enfermó de cáncer. Entonces en mi presente, que para vos es sólo este instante pero para mí es toda mi vida, estudié lo necesario para saber cómo lo habían hecho. Y lo detuve antes de que pudiera suceder. Tampoco sabía que me traerían aquí hoy hasta que lo hicieron hace un rato. Entonces vine hace una semana para modificar el grafitti y darte una sorpresa. Oh, bueno, no es esa la única sorpresa que quise darte –alzó sus ojos sugerentemente hacia una viga que estaba encima del auto negro.

Clay miró en esa dirección y, antes de que la explosión lo arrojara al suelo dejándolo sin sentido y liquidando de un solo golpe a sus cuatro matones, alcanzó a leer el grafitti escrito sobre la viga:

"Clay se la come, Bernard se la da".

Blancas lineas de espuma rodaban hacia la costa brillando en la oscuridad. La luna llena se reflejaba en las olas, en una ría pálida que formaba un puente desde la playa hasta el horizonte.

Sintió el agua helada clavándose en sus pies como un millón de astillas de vidrio, pero siguió caminando mar adentro. Estaba desnudo, y cada ola mojaba su cuerpo un poco más arriba. Frío que contrae la carne, que aprieta el pecho y quita la respiración. Frío que duele.

El cuando el agua le llegó a la hombros extendió los brazos hacia los lados y comenzó a nadar. El peñasco estaba en algún lugar justo delante de él, oculto por la noche y la pleamar. Nadó unos metros más y se rindió a la gravedad, dejándose hundir bajo las olas.

Abrió los ojos rechazando conscientemente el ardor de la sal, como había hecho antes con frío que el agua dejaba sobre su piel. En la inmensa negrura del océano, se destacaba un punto de luz, del tamaño de un pequeño guijarro, incrustado en un peñasco de tosca y conchillas.

Sin preocuparse por la angustia que empezaban a gritar sus pulmones, nadó hacia abajo extendiendo la mano, para tocar el guijarro con la punta de sus dedos...

Calor, luz, velocidad, aceleración. Entrelazamiento cuántico, comunicación instantánea. Vacío, años luz, el infinito. Galaxias, estrellas.

Mundos.

Se arrastró fuera del agua y caminó hacia la pequeña carpa, escondida entre las rocas del acantilado. Mientras se secaba con una toalla harapienta, revolvió en su bolso hasta encontrar su teléfono. Aún tiritando, comenzó a hablale a la grabadora, antes de que los detalles se escaparan de su memoria.

Esta noche el guijarro lo había transportado a un mundo templado hecho de nubes doradas iluminado por un sol pequeño y rojo. En los breves segundos que duró el contacto de sus dedos, su mente había conocido a los seres alados, agradables y sutiles, que habitaban las nubes volando continuamente y sin tocar jamás el suelo. Aprendió sobre su economía compleja, a la que concebían como su una forma de arte, siendo cada transacción una obra llena de belleza y significado. Supo que no conocían la muerte, ya que su existencia terminaba cuando sus cuerpos se fraccionaban para transformarse en sus hijos. Conoció su realidad y fue uno de ellos, hasta que el contacto se interrumpió y la necesidad acuciante de aire volvió a apropiarse de sus sentidos.

La grabación se sumó a otras cientos, cada una describiendo un mundo alieno avistado durante alguna noche, a través del infinito, por medio de un guijarro escondido bajo las olas.

Al terminar, guardó el teléfono en el bolso y se durmió rápidamente. Lo esperaba otro tedioso día de sólo abrazador, que transcurriría observando las olas y esperando la noche con ansiedad. Los turistas mirarían con desagrado su figura enjuta, barbuda y bronceada. Algunos le regalarían comida, otros pedirían a la policía que lo sacaran de allí. Ninguno de ellos sabrían que el linyera que tenían enfrente era en realidad el hombre mas rico del mundo.

(Silencio)

Nu-ri asomó su cabeza entre las olas mirando en dirección a los médanos, que reflejaban la luz de la luna tan bellos como terroríficos.

(Soledad)

Cruzó la rompiente, nevada de espuma, y nadó despacio hacia la orilla, agitando su aleta caudal muy suavemente de arriba hacia abajo.

(Ausencia)

Dejándose mecer por el mar, hurgó la arena con sus pequeñas manos, buscando alguna pieza especial para adornar su cabello.

(Lejanía)

Necesitaba más nácar rosado, como el que formaba el amuleto que colgaba de su cuello. Lo apretó distraídamente en una palma, y el mundo a su alrededor se acalló súbitamente.

(...)

El contacto del nácar la ayudaba a moderar su empatía, para así poder navegar el flujo de emociones que la rodeaba continuamente. Soltó la pieza de su pecho y de repente...

(Furia)

Se hundió rápidamente bajo la superficie y se aferró al fondo en un acto reflejo, poniendo toda su sensibilidad en estado de máxima alerta.

(Angustia)

Alguien se acercaba a lo largo de la costa, irradiando una tormenta emocional descontrolada y primitiva. Nu-ri atendió con curiosidad y miedo.

(Dolor)

Tomó el colgante entre sus dedos y controló sus sentidos, el estruendo emotivo se transformó entonces en un rumor, aún desagradable pero no tan aterrador.

(Desengaño)

Emergió lentamente, dejando asomar sus ojos y la parte superior de sus mejillas, escondidas entre las hebras flotantes de su cabello rojo. Miró hacia el extraño ser que se acercaba por la playa.

(Vergüenza)

Se parecía a ella, pero su piel era rosada y su pecho plano, y parecía moverse inarmoniosamente sobre un par de finas aletas caudales, cuyas puntas arrastraba alternativamente sobre la arena.

(Pérdida)

Sabía sobre esos seres, si bien nunca había visto uno tan de cerca. Eran quienes arrojaban la basura que arruinaba el océano y mataba a los peces, y quienes tejían las redes que ahogaban delfines y atascaban pingüinos. Eran salvajes y peligrosos...

(Vacío)

Nu-ri estudió al extraño con cautela, haciendo girar la pieza de nácar rosado entre sus dedos para sentirse resguardada. Sus emociones bullían, pero no parecía sentirse agresivo ni violento, sino más bien herido y despreciado.

(Tristeza)

Si bien sabía que sus pares la hubieran reprobado, sintió el impulso de ayudarlo. Asomando su torso fuera agua, emitió una señal de apoyo suave y clara.

(Sorpresa)

– Qué... ¿quien canta?

(Molestia)

– ¿Nadia? ¿Me seguiste?

(Rencor)

– Ya me humillaste bastante ¿qué más querés?...

(Confusión)

– Pero... vos no sos Nadia ¿qué hacés en el agua? Es peligroso a esta hora, no hay guardavidas...

(Sobresalto)

– Eh... ¿qué carajos? Tu piel es... ¡azul!

(Desconcierto)

Las palabras no significaban nada para Nu-ri, pero ¿quién necesita entenderlas cuando su empatía se inunda con el alma de los otros?

(Duda)

El extraño la miraba desde la arena. Ella siguió emitiendo su señal, sobreimprimiéndole algo de calidez y unas pinceladas de simpatía.

(Calma)

– No estás cantado –el extraño se había acercado al agua para verla mejor– no con tu boca al menos. Pero yo escucho tu voz en mi cabeza –y agregó luego en un murmullo, para sí mismo– una voz muy hermosa, me hace sentir algo mejor...

(Curiosidad)

Nu-ri añadió a su canción un tono bajo de interés, bienintencionado y respetuoso, para que el ser de la arena se sintiera más cómodo y abriera su mente.

(Confianza)

– Nadia es... Ella... Bueno, me hizo creer que se interesaba en mí e incluso que pasaríamos esta noche juntos. Pero al llegar al fogón donde íbamos a esperar el amanecer, mi amigo Fermín me llevó aparte y me dijo que ella lo había besado. No entiendo por qué haría algo así ¿acaso me usó para acercarse a el?

(Desahogo)

El joven, que ya no era un extraño para Nu-ri, entró en el mar para aproximarse a ella. Cuando estuvo lo bastante cerca, Nu-ri tomó su mano y la apoyó sobre la rosada pieza de nácar entre sus pequeños pechos azules. Suavemente, tocó su psique y la borrasca de emociones se calmó de inmediato. Él la miró a los ojos algo sorprendido.

(Comprensión)

– Ahora lo entiendo... Lo hizo sólo porque podía. Manipuló mi deseo por el puro placer de hacerlo, porque su cuerpo es tan bello como es horrible su alma, y porque disfruta del poder que le da sobre los hombres.

Nu-ri le devolvió la mirada y cantó en su melodía silenciosa notas de comprensión y cariño. Sentía cómo la confusión que había estado ahogando al joven se desenredaba, liberando así su racionalidad.

Cuando lo percibió completamente calmado, aflojó sus dedos, pero él dejó la palma de su mano apoyada en su pecho.

(Agradecimiento)

– Yo... necesitaba oir tu canción...

La besó en los labios, y pasaron la noche haciendo el amor como los hombres lo hacen con las sirenas. Y cuando él despertó ella se había ido, y el sol brillaba sobre un colgante de nácar rosado que había dejado alrededor de su cuello.

Y durante el resto de su vida, cada vez que sus emociones amenazaban con desbordarlo, llevaba una mano a su pecho y recobraba la serenidad, atendiendo a una canción que no dejó de escuchar hasta el día de su muerte.

Nadie tiene claro como se produjo la distorsión espacio temporal, aunque el consenso es que fue consecuencia de algún arma utilizada en la Tercera Guerra Mundial, que en ese momento se estaba desarrollando en el hemisferio norte.

La primera investigación detallada del fenómeno la realizaron el doctor Fiambretta de la Universidad de Buenos Aires, en colaboración con su infortunado becario doctoral, el licenciado Liston.

Cuando la súbita disminución de actividad en las redes sociales hizo evidente que había pasado algo fuera de lo común, Fiambretta intentó comunicarse con sus colegas en Europa. Ante la falta de éxito, probó con sus amigos de São Paulo y Lima. Recién logró que su colega Docti de la Unversidad de Córdoba le respondiera un mail con un extrañado "Todo bien por acá ¿vos como andas?".

Fiambretta no se convenció y decidió enviar a Liston a investigar.

– Te vas viajando pal norte y me informás cualquier cosa extraña que vayas encontrando. En micro, que carajos, que después de todo sos becario y te falta carrera para pagarte el avión.

Liston partió de la estación Retiro con destino a Rosario. Se la pasó todo el viaje posteando en Instagram y TikTok fotos y videos de ese mar verde que es la pampa húmeda, y mandando a su director incesantes mensajes de WhatsApp con información completamente irrelevante.

Ya en Rosario, luego de publicar en Facebook y Twitter varias selfies con el monumento a la bandera y el Paraná de fondo, envió un SMS a su jefe y reemprendió su viaje con destino a Santa Fe.

Al llegar, envió a Fiambretta por e-mail varias fotos de baja resolución de las calles de la ciudad, pobladas de taxis Peugeot 504 y micros frontales fileteados, junto con el mensaje "no parece haber pasado nada raro. Linda ciudad. Che ¿cerraste tu cuenta de MSN? Me dice que tu usuario no existe".

Ya en Córdoba, el contacto se redujo exclusivamente al e-mail, y Liston dejó de enviar fotos. "Hola Fiambra, estoy con Docti acá, que dice que te dejes de investigar boludeces y te pongas a laburar, jaja. Esta noche cenamos en su casa, alquilamos "Gremlins" ¿la viste?".

Al día siguiente el viaje continuó en total silencio hasta La Rioja, desde donde Liston llamó por teléfono a su advisor:

– ¿Como va profesor? –se escuchó su voz en medio de un zumbido crepitante– recién consigo un público para llamarte, encima en una de cabinas anaranjadas nuevas que parecen una cruza entre un chupetín y un OVNI y se escucha todo el ruido de la calle. No te escucho bien ¿un mail? ¿qué es?

Ante el extraño comportamiento de su becario, Fiambretta comenzó a elucubrar hipótesis sobre lo que podía haber sucedido. Una rotación de los ejes espacio temporales, mezclando el espacio con el tiempo, de modo tal que moverse hacia el norte implicaba hacerlo también hacia el pasado.

La siguiente comunicación no le dejó dudas. Llegó en un sobre que el cartero dejó bajo su puerta, con tres estampillas con la cara de la República adornada con un gorro frigio, y remitente en San Miguel del Tucuman. Dentro, con caligrafía manuscrita y un tono formal contrastante con el personaje, Liston decía:

"Estimado profesor Fiambretta

Llegado ayer al Jardín de la República, sigo encontrando que la situación es completamente normal. Si usted insiste, en pocos días continuaré con mi viaje en dirección a Salta. Hay una nueva ruta nacional por la que circulan autobuses regularmente, por poco me perdí la inauguración. Dicen que estuvo Evita y todos los gestores del Plan Quinquenal.

Con la admiración de siempre
Su discípulo, Mauricio Liston"

La comunicación desde Salta fue mucho mas escueta. Llegó impresa en una hoja de papel que un empleado postal le entregó en mano a un boquiabierto Fiambretta:

"Salta normal. STOP. Continúo al norte. STOP. Subsidio invertido en caballo. STOP."

No hubo más mensajes de Liston por casi un mes. Un día Fiambretta salía de su oficina en Ciudad Universitaria cuando vio a un gaucho descendiendo de un caballo y atándolo ceremoniosamente a un árbol. Chiripá, bota e' potro, sombrero atado, se acercó y luego de preguntarle el nombre, le entregó un rollo amarillo escrito con pluma y caligrafía muy estilizada

"Eminente Profesor Fiambretta

Espero que esta nota lo encuentre bien. La situación es normal en el Alto Perú. Los realistas se han retirado al norte y el gobernador Güemes los hostiga desde los montes. Si mi salud me lo permite, continuaré mi viaje mañana, siguiendo una caravana de carretas de bueyes, que llevan a los cabilderos que huyen de la Revolución

Siempre suyo
Don Mauroldo Liston"

Fiambretta pensó que esa sería la última comunicación de su becario, y lamentó que el chico nunca llegara a doctorarse. Sin embargo, un año después al salir de Ciudad Universitaria supo que las comunicaciones de Liston no habían terminado: con plumas y taparrabos, un corredor inca trotaba en su dirección por Avenida Cantilo.

No podía soportar verla con otro hombre. Lo torturaba la idea de su bello cuerpo entrelazado con el de su nuevo amante.

Era su culpa y lo sabía. Se había dejado absorber por su trabajo doctoral en el transmutador temporal, y había olvidado cuidar su relación. Y ahora la piel de ella no era más la suya, y él no podía tolerarlo.

Lo peor era que se tratara de Altúnez. Ese grandote con cara de bobo que no entendía ni siquiera las ecuaciones básicas de la mecánica cuántica. Recordaba aquella vez, durante el segundo año, cuando casi sin pensarlo tuvo la generosidad de pasarle los resultados en un examen. Pensar que si no lo hubiera hecho Altúnez no estaría ahora allí, perturbando su tranquilidad con imágenes obsesivas de ese cuerpo de manatí tomando a su amada.

¡Ah, pero eso tenía una solución!...

--

Estaba terminando su examen escribiendo los resultados para la amplitud de transición del átomo de hidrógeno. Entre el rumor de lápices escribiendo y ropas rozando las sillas, escuchó la voz de Altúnez,

- ¡Pst! ¡Ruso! No me sale el número 3 ¿me pasas algo?...

En ese momento su mente fue invadida por los efectos del transmutador temporal, operado por su yo futuro. Inundado repentinamente por todos los recuerdos de los hechos ocurridos desde ese momento hasta la defensa de su tesis doctoral, supo qué hacer. Escribió un resultado deliberadamente equivocado en un pedazo de papel y se lo pasó al tonto de Altúnez.

--

Se quitó el casco del transmutador, mientras examinaba sus nuevos recuerdos. Había tenido un momento de confusión durante un examen, y había entregado un papel borroneado al gordo ese ¿como se llamaba? Andúrez o algo así. El pobre había salido tan mal que había abandonado la carrera. Él había decidido visitar ese momento con el transmutador para intentar cambiarlo, pero evidentemente no había dado resultado.

Bueno, no importaba, de todos modos debía concentrarse en su proyecto principal, que era eliminar al flaco Quintana. Ese ser despreciable que retozaba sus horribles huesos entre las piernas de su amor perdido. Ya lo iba a pagar.

--

Corría detrás de Quintana, que llevaba la pelota con la obvia intención de patear un centro. Se disponía a bloquear ese tiro con el cuerpo, cuando su yo del futuro tomó el control de su juego. Con malicia, redirigió su ímpetu contra la flaca figura de su contrincante, pisándole el talón. Fue rápido y efectivo, se esuchó el ruido de los huesos al quebrarse...

--

"Pobre Quintana", reflexionó mientras apoyaba el casco sobre la mesa, "no pude ayudarlo". Recordaba al flaco tirado gritando en el piso, luego recuperándose en el hospital, más tarde perdiendo un año de la carrera debido al tiempo que le quitaba la rehabilitación y al dolor crónico que le impedía estudiar. Había intentado distraerse ayudando a su antiguo amigo pero, ante el triste fracaso, la obsesión de la que quería escapar reconquistó su mente con agresiva intensidad...

La mirada de su amada, sus hermosos ojos negros, enblanqueciéndose de placer bajo los babeantes jadeos del chueco Truzzacone...

"¡Hijo de puta!", pensó. Y se volvió a poner el casco.