Nieve estaba sentada desnuda en una habitación con forma de cubo, sobre una silla de plástico tan blanca como las paredes. Sus manos estaban firmemente sujetas detrás de su espalda, y sus pantorrillas habían sido inmobilizadas con cinta adhesiva. La luz era intensa y parecía surgir de las paredes mismas, que no mostraban absolutamente ningún detalle.
Miró a su alrededor con curiosidad, preguntándose por qué utilizaría la policía ese tipo de "habitaciones nulas" en sus interrogatorios. Si el fin es aislar al detenido de cualquier estímulo aleatorio sería mucho más fácil vendarle los ojos.
– Fosgenos –dijo una voz neutra que salía de ningún lugar y de todos a la vez– los ojos vendados permiten la aparicion de esos breves destellos brillantes en el campo visual, que son generados por eventos cuánticos en las neuronas de la retina. Resultan bastante buenos para despistar a las simulaciones.
– Oh –dijo Nieve como única respuesta, sabía que cualquier palabra que dijera, o incluso cualquier expresión facial, serían utilizadas para mejorar la simulación de su mente que corría en los servidores policiales. No es que importara demasiado, la información obtenida de su ADN ya les había permitido determinar los detalles estructurales de su cerebro y construir una semilla simulada de la consciencia de Nieve, para alimentarla luego con los terabytes de información sobre su vida recogidos por las compañías telefónicas y de Internet, por las redes sociales, y por las cámaras de vigilancia urbana. La tenían en sus manos...
– Si –dijo la voz–, tengo una copia exacta de usted corriendo en mi escritorio, señorita Nieve –Hizo una breve pausa–, bueno, en realidad tenemos varios millones ejecutándose en paralelo. En cada una de ellas transcurre una versión ligeramente diferente de este interrogatorio, y se repite una y otra vez, lo que me permite afinar la mejor manera de sacarle la información que necesitamos. Y en su caso nuestras simulaciones son muy buenas, ya las hemos usado antes para inclinar sus acciones en una u otra dirección con pequeñas intervenciones sobre su vida, y usted siempre hizo lo que nuestras computadoras predijeron.
– Lo sé –dijo Nieve lacónicamente. Por eso se habían llevado a Noche varias semanas atrás, porque sabían que la idea de que lo estuvieran torturando la haría actuar estúpidamente y dejarse atrapar pocos día después.– Hijos de puta –agregó.
Despejó su mente y se dispuso a ser sometida lo que sería un proceso largo y desagradable, donde le harían preguntas que habrían sido construidas usando su simulación, de modo tal que ella no pudiera evitar responderlas. Incluso le mostrarían calculadamente imágenes de Noche, sometido a distintas formas de dolor, porque las simulaciones les habían enseñado que la obsesión de proteger a su amado debilitaría sus defensas. Intentaría dar respuestas incoherentes, pero en el entorno de la habitación nula, donde cualquier estímulo azaroso había sido suprimido, la única fuente de aleatoriedad era su propia mente. Y ellos tenían control sobre eso.
Lo que los polizontes no sabían era que tanto Nieve como Noche se habían preparado hacía tiempo para la posibilidad de ser capturados.
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Varias horas más tarde, la voz dijo con tono de hastío:
– Bueno, evidentemente hay algo más aquí. Su reacción emocional se ajusta a lo que predicen las simulaciones, pero sus respuestas parecen aleatorias –el tono neutro del interrogador no disimulaba su frustración–. Sabemos que no está bajo el efecto de ninguna droga que pueda haber escondido dentro de su cuerpo, porque también podemos simular eso. Así que dígame, señorita Nieve ¿qué demonios está pasando?
Nieve levantó la vista por primera vez, mirando hacia el sector de la inmaculada pared donde imaginaba estarían las cámaras que la observaban. En lo que fue su primera respuesta calculada y precisa, sonrió ligeramente y dijo:
– Lo que está pasando –articuló con esfuerzo tratando de lograr el tono preciso– es que nosotros también los simulamos a ustedes –hizo la pausa de dos segundos que la simulación le había mostrado como óptima, y agrego–. Lo simulamos a usted, teniente Niebla.
El efecto no se hizo esperar. Hubo un ruido a sus espaldas cuando la puerta se abrió de un golpe. La silla de Nieve giró violentamente, y se encontró mirando a los ojos enfurecidos de un policía canoso y de uniforme gris, que le habló muy cerca de uso cara echándole el aliento a cigarrillo:
– Pedazo de puta subversiva de mierda –le dijo apretado los dientes– me vas a decir lo que quiero saber, o voy a cortar a ese negro tuyo en rodajas y te las voy a hacer comer –Nieve pensó que debería estremecerla la mención de Noche, pero el éxito de su maniobra la había relajado– ¿Como estás evadiendo la simulación? ¿por qué tus respuestas son incoherentes e impredecibles?
– Porque me estoy muriendo –Nieve intentó soltar una carcajada, pero la presión de la mano del matón en su cuello se lo impidió– y la infección de diseño que me está matando empieza por confundir el cerebro, precisamente para que no puedas interrogarme.
– Imposible –dijo el policía– no tenías nada cuando te capturamos y pasaste por la cuarentena de rigor –la golpeó con fuerza en la cara– ¿Cómo podrías haberte infectado?
– Anticuerpos de transmisión sexual –dijo, Nieve con la boca ensangrentada– mi cuerpo produce las defensas para el virus que se inyectó Noche, y el cuerpo de él genera aquéllas que contrarrestan el que me infecta a mí. Si dejamos de hacer el amor por un tiempo largo, ambos enfermamos.– Al ver la cara de su interlocutor, Nieve rió y esta vez la carcajada encontró su camino– Por supuesto que es muy contagioso, morirás en menos de semana, junto con buena parte de las ratas de gris que pueblan este edificio.
El policía soltó a Nieve y sacó su pistola. Se paró frente a ella y presionó el caño del arma entre sus blancos pechos, goteados de rojo por la sangre que manaba de su boca.
– Dime ya mismo cómo detenemos la infección, o te juró que...
– Tuvimos que simularte para averiguar cómo lograr que te expongas al virus –lo interrumpió Nieve–, y aquí estás, funcionó. Y sin embargo, debo decir que husmear el interior de tu mente fue una experiencia de lo más desagradable. Eres un tipejo sucio, teniente Niebla. Por ejemplo ¿de verdad te preguntaste si hacerte sodomizar por Noche evitará que te enfermes?...
Como sabía que sucedería, el comentario enfureció a Niebla, que disparó tres veces en su pecho.
En los varios millones de simulaciones que corrían en un escritorio policial, la joven Nieve yacía sin vida, atada a una silla en el centro de una habitación blanca y sin detalles. El rojo de la sangre inundaba el espacio entre sus pálidos pechos, y reflejándose en la débil sonrisa que mostraban sus labios.
En otra simulación, que se ejecutaba descentralizada en cientos de servidores, Nieve y Noche celebraban su victoria haciéndose el amor en la oscuridad, salpicados por los coloridos reflejos de una ciudad liberada.